Adios Estervina
Iba a cumplir 98 años el próximo 8 de mayo. Una larga, larga vida que se inició en los cerros de Hualañé, al ladito de Licantén. De ser una "simple niña campesina" que disfrutaba de la vida al aire libre y le gustaba mirar las estrellas de noche, pasó a ser una hermosa jovencita de la pampa nortina porque su familia se trasladó con los enganches a las salitreras. Allá conoció a Felipe Lilayú y, según contaba ella, por unas inocentes conversaciones con él, su padre los obligó a casarse. A los 15 años tuvo a su primer hijo, Osman, y a los 20 ya era madre de otros tres: Sergio, Ayleen y Mileen.
Estudió corte y confección, habilidades que cultivó por mucho tiempo junto a otras manualidades como el tejido a crochet y la confección de juguetes. Siempre se enorgullecía de que, a pesar de haber estudiado sólo unos pocos cursos de enseñanza básica, había sabido desenvolverse en la vida. Decía que hubiese querido ser escritora, astrónoma, geóloga. Fantaseaba con encontrar oro, en un rincón de su jardín, en uno de los cerros de su terreno de Hualañé...
Su vida transcurrió en en distintos pueblos y ciudades del norte: Huara, Pisagua, Iquique, Copiapó, Calama y Coquimbo. Sin duda, el puerto del pirata fue su ciudad favorita, al igual que la casa que construyó con su propio ingenio y presupuesto, y donde sus hijos y nietos se reunieron a pasar muchas vacaciones de verano, creando memorias y momentos de unidad familiar.
Le encantaba viajar y pasear. Siendo ya anciana, se atrevió a manejar un Austin Mini, y mientras pudo hacerlo, se arrancaba sola al Valle de Elqui o Andacollo a dar un paseo.
Así fue Estervina Ortiz de Lilayú. Así fue la madre, la abuela, la bisabuela, la tatarabuela de todos nosotros. Así fue la Aba, como quiso que la llamaran los más chicos.
Se fue de este mundo el 3 de mayo de 2007. Larga vida en nuestros genes chilenos.
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